Los espejos del cerebro
El cerebro de Lucia iba a una velocidad que ya nadie ni trataba de entender. Parecía como si hablara locuras, haciendo referencia a eventos sin sentido y rodeada siempre de personajes que no existían. O por lo menos eso se susurraba en las cenas familiares de los martes.
“Está loca,” decían sus familiares; “directito para el manicomio,” comentaban los compañeros del salón a sus espaldas.
No fue hasta que llegó Rafaela a su vida un lunes por la tarde que ella por fin sintió que alguien hablaba su idioma.
Sí, es que Rafaela no era como el resto.
Curiosa, empática y muy elocuente, Rafaela en realidad estaba igual de “loca” que Lucía — y además la madre se lo recordaba cada vez que podía. Rafi simplemente había aprendido a reorganizar su mente cuando socializaba para satisfacer las expectativas de quienes la rodeaban.
Lo que Rafi había entendido es que ellas eran personas diferentes a lo que la sociedad esperaba, mujeres que le permitían a su mente divagar, explorar tangentes, generar conclusiones que el resto temían admitirse.
Rafaela le explica a Lucia que los que la catalogan como loca eran en realidad los más miedosos, los más conservadores, los más inseguros; los enemigos silenciosos de una sociedad que espera progresar.
Y además es que al final, los que pensamos que son los más locos, no son más que un reflejo de cómo nos entendemos a nosotros mismos.